"El guardián torpe: Una carta a la parte de ti que siempre te protege, pero que siempre lo estropea"

38 min

Nota del autor: Este es un artículo muy largo, de casi diez mil palabras. Es más una exploración interna prolongada que una lectura rápida. No espero que lo leas de una sola vez; quizás puedas guardarlo y leerlo lentamente una tarde tranquila, con una taza de té. Que mis palabras sean como una silenciosa compañera de viaje, que te acompañen en un camino para verte, comprenderte y finalmente reconciliarte suavemente contigo mismo.

Prólogo: ¿Alguna vez te has sentido “atascado” por ti mismo?

Supongo que has tenido esos momentos.

Podría ser un domingo por la tarde soleado, tan perfecto que parece irreal. Te has preparado un café, el aroma impregna el aire, tu lista de reproducción favorita de música instrumental suena de fondo, y tu escritorio está impecablemente ordenado. Has planeado durante semanas que hoy empezarías ese informe crucial para tu carrera, o terminarías esa pintura al óleo que has dejado a un lado y en la que tenías tantas esperanzas. Todo está listo, el viento favorable sopla por la ventana, pero simplemente no puedes empezar a escribir.

Tu cuerpo se siente como si estuviera lleno de arena húmeda, demasiado pesado para moverse. Tu cerebro es como un ruidoso mercado, con innumerables voces gritando al mismo tiempo: “Solo cinco minutos más de móvil”. “No puedo hacerlo, seguro que lo estropeo”. “Hace tan buen tiempo, es un desperdicio no salir a caminar”. “Estoy tan cansado, necesito descansar”… Así, esos preciosos cinco minutos se convierten silenciosamente en una tarde entera de nada, en un sinfín de auto-sabotaje y agotamiento interno. Al final, el resplandor del atardecer ilumina tu documento o lienzo en blanco, y también tu rostro, lleno de auto-aversión.

O quizás, ocurre en una fiesta animada. Copas chocando, risas por doquier, y todos parecen estar a gusto. Estás sonriendo, pero sabes que es solo una máscara. Anhelas conectar, anhelas ser capaz de iniciar una conversación de forma natural, contar un chiste divertido, y realmente integrarte en ese mar de alegría. Pero las palabras se quedan en tu boca, transformándose en una sonrisa rígida y cortés. Te sientes como un astronauta, cubierto por una cúpula de cristal invisible, y todos los sonidos de fuera se vuelven borrosos y distantes. Mientras gritas internamente “mírame, háblame”, usas todas tus fuerzas para anclarte firmemente en la sombra de un rincón, rezando para que nadie note tu incomodidad y vergüenza.

O, ocurre en la relación más íntima. Quizás sea solo porque tu pareja llegó a casa hoy con un poco menos de sonrisa en el rostro; quizás sea solo porque te respondió un mensaje con un punto en lugar de la tilde que acostumbras. Estos pequeños detalles, sin embargo, son como una chispa que enciende instantáneamente la leña seca que ya se ha acumulado en tu interior. Todas tus inseguridades, miedos y presentimientos de abandono brotan en un instante, transformándose en las palabras más hirientes, en un silencio frío, en una guerra que sabes que no tiene sentido. Cuando el humo se disipa, al ver la mirada herida del otro, te arrepientes profundamente, pero te sientes incapaz de explicarte: ¿esa persona fuera de control, llena de espinas, eres realmente tú?

En estos innumerables momentos en los que nos sentimos “atascados” por nosotros mismos, lo que más solemos hacer es culparnos a nosotros mismos. Usamos todas las palabras hirientes de nuestro vocabulario para atacar a ese “yo” que no se esfuerza: “¿Por qué soy tan perezoso, tan procastinador?”. “¿Por qué siempre soy tan sensible, tan exagerado?”. “Soy un fracaso social sin remedio”. “Soy una persona terrible, que no merece ser amada”.

Sentimos que dentro de nuestro cuerpo vive un enemigo, un saboteador insidioso. Nos quita la fuerza cuando más la necesitamos, levanta muros cuando más anhelamos calor, y nos entrega un cuchillo cuando más queremos expresar amor. Luchamos con él, intentamos controlarlo, eliminarlo, pero descubrimos que cuanto más luchamos, más nos hundimos.

Esta guerra interna prolongada nos agota.

Pero, ¿y si hoy quisiera invitarte a pulsar el botón de pausa en esta guerra? Juntos, cambiemos de perspectiva para ver a este supuesto “enemigo”.

¿Y si no fuera un enemigo? ¿Y si fuera solo un guardaespaldas torpe que te ama tanto que no sabe qué hacer, tan leal que es un poco tonto?

Capítulo Uno: Descifrando a tu “Guardaespaldas” Leal y Torpe

1.1 El nacimiento del “guardaespaldas”: Un momento de vergüenza

Empecemos con una historia.

La protagonista de la historia se llama Xiaoxi, una niña tranquila e introvertida de siete años. Xiaoxi no hablaba mucho, pero tenía un mundo secreto y colorido: sus pinceles. En sus dibujos, podía pintar el cielo de naranja, poner alas a los gatitos y dibujarse a sí misma como una princesa todopoderosa. Dibujar era su forma de comunicarse con el mundo, era ella misma, la más preciada, sostenida con delicadeza.

Una tarde, terminó lo que consideraba una “obra maestra”. En el dibujo estaban su papá, su mamá y ella misma, tomados de la mano, de pie sobre un puente arcoíris, con una gran sonrisa un poco boba en la cara de cada uno. Había usado todos los colores brillantes, y la alegría casi se desbordaba del papel.

Con el dibujo apretado, como si fuera un gran secreto, corrió con el corazón latiéndole con fuerza a la sala de estar y se lo entregó a sus padres, que estaban viendo la televisión, llena de expectación. “¡Papá, mamá, mirad!”

Sus padres apartaron la vista de la pantalla, tomaron el dibujo y lo miraron. Quizás estaban demasiado cansados por el trabajo, o quizás no estaban de muy buen humor. Su padre solo dijo un “ajá” superficial y añadió: “Está bien dibujado, ve a hacer tus deberes”. Su madre fue más “pragmática”; frunció el ceño y dijo: “¿De qué sirve dibujar esto? Mira, has manchado la pared por todas partes. ¿No sería mejor usar este tiempo para aprender más palabras?”.

El aire, en ese instante, se congeló.

La luz en el rostro de Xiaoxi se apagó, centímetro a centímetro, a una velocidad visible. Sintió una marea fría y punzante que subía desde sus pies hasta su garganta. No era ira, ni tristeza, sino una sensación más profunda e inefable: vergüenza.

En ese momento, sintió que la parte más preciada y auténtica de sí misma que había ofrecido era inútil, estaba equivocada y causaría problemas a los demás. Su creación, de la que estaba más orgullosa, no valía nada a los ojos de las personas que más amaba.

Fue en este instante lleno de vergüenza cuando ocurrió el “terremoto” en su mundo interior. Su sistema subconsciente, para asegurarse de que su pequeña dueña nunca, jamás volviera a experimentar ese dolor devastador de “negación del yo central”, hizo que un “guardaespaldas” naciera al instante.

La declaración de toma de posesión de este guardaespaldas quedó grabada en lo más profundo del subconsciente de Xiaoxi: “¡Alerta! ¡Alerta! ¡El acto de ‘crear y mostrar’ es extremadamente peligroso! ¡Atraerá la negación y la humillación de las personas más cercanas! ¡Mi misión es, a toda costa, evitar que la dueña vuelva a realizar este acto peligroso!”

Este guardaespaldas, a partir de ese momento, comenzó su leal y torpe servicio.

1.2 Las dos armas del guardaespaldas (Parte I): El modo de reacción exagerada

Este guardaespaldas recién nombrado tiene un modo de trabajo simple y directo. Como un veterano de guerra, ha incluido en la lista negra todos los elementos similares a la “escena del crimen”. Su primera arma es un “sistema de alerta de ataque aéreo” de amplio alcance y alta sensibilidad.

Muchos años después, la Xiaoxi adulta, sentada en una oficina luminosa y limpia, se enfrenta a la situación que mencionamos en el prólogo: un informe en blanco que requiere su creatividad. Quiere empezar, pero no puede. Esa ansiedad, irritación y pesadez inexplicables que siente son, en realidad, su “sistema de alarma” interno sonando frenéticamente.

Su guardaespaldas, ese veterano que comenzó a trabajar a los siete años, no puede distinguir entre “dibujar un cuadro” y “escribir un informe”. En su lógica, ambos pertenecen al comportamiento de alto riesgo de “crear y mostrar”. Detecta el “peligro” e inmediatamente activa el plan de emergencia.

Grita dentro de Xiaoxi: “¡Peligro! ¡Peligro! ¡Vas a empezar a crear! ¡Vas a ser juzgada de nuevo! ¡Vas a experimentar de nuevo esa sensación de ‘no valer nada’! ¡Para! ¡Haz otra cosa! ¡Mira el móvil! ¡Limpia la casa! ¡Quédate mirando al vacío! ¡Cualquier cosa, pero no toques ese maldito documento!”

Esta “reacción exagerada” puede generalizarse a todos los aspectos de la vida.

Por ejemplo, un chico llamado Ajie creció en un hogar donde sus padres discutían todo el día por dinero. Sus recuerdos de la infancia siempre iban acompañados del sonido de cosas rompiéndose, de insultos mutuos y de la humillación de no poder pagar la matrícula escolar. Su guardaespaldas le programó internamente: “Dinero = Conflicto + Dolor + Vergüenza”.

De adulto, Ajie se volvió “alérgico” al dinero. Nunca le pedía un aumento a su jefe, aunque su rendimiento superara con creces al de sus compañeros, porque “hablar de dinero” le aceleraba el corazón y le causaba una incomodidad extrema. Nunca invertía, creía que eso era cosa de gente “vulgar”, y le dolía la cabeza solo de ver productos financieros. Cuando un amigo le pedía dinero prestado, aunque le resultara muy difícil, no se atrevía a negarse por miedo a provocar un “conflicto”. Su guardaespaldas, de una manera destructiva, lo “protegía” de volver a experimentar el dolor relacionado con el dinero de su infancia.

1.3 Las dos armas del guardaespaldas (Parte II): El modo de desactivación de funciones

Si la “reacción exagerada” es el guardaespaldas gritando en voz alta cuando intentas acercarte a una “zona peligrosa”, su segunda arma es aún más sutil y radical: cortar directamente la energía de esa zona.

Cuando la alarma ha sonado demasiadas veces, o el daño en alguna ocasión ha sido demasiado grande, el guardaespaldas considera que las advertencias ya no son suficientes. El método más seguro es hacer que esa función desaparezca por completo.

Volvamos a la historia de Xiaoxi. La Xiaoxi adulta, además de procrastinar en el trabajo, también descubrió gradualmente que parecía haber perdido su pasión por el dibujo. Ocasionalmente, tomaba un pincel, pero su mente se quedaba en blanco y ya no encontraba esa sensación colorida que tenía a los siete años. Lo atribuyó a que “al crecer, la inspiración se agotó”.

Pero la verdad es que su guardaespaldas, después de años y años de “hacer sonar la alarma”, finalmente tomó una decisión: “Dado que la función de ‘crear’ siempre causa problemas, es mejor apagarla”. Así, en silencio, cortó el cable que conectaba al “centro de creatividad” de Xiaoxi. Xiaoxi no perdió la creatividad, simplemente perdió la “conexión” con su propia creatividad.

La tragedia de esta “desactivación de funciones” es aún más frecuente en las relaciones emocionales.

Imagina a una chica llamada Lisa, que una vez amó profundamente a alguien, se entregó sin reservas, y como resultado sufrió una cruel traición. Esa sensación de tener el corazón desgarrado, esa desesperación por la confianza destrozada, llevó a su guardaespaldas a la conclusión: “Relaciones íntimas = dolor devastador”.

Para proteger a Lisa, el guardaespaldas activó el programa de “corte de energía emocional”. A partir de entonces, Lisa se convirtió en una mujer que parecía “cool” y muy “independiente”. Ya no se enamoraba fácilmente, y ante el entusiasmo de los pretendientes, su corazón permanecía imperturbable. Se decía a sí misma y a sus amigos: “Disfruto de la soltería, el amor es demasiado complicado”.

Pero en la quietud de la noche, una sensación de vacío inmensa e inefable la devoraba. Anhelaba amar y ser amada, pero su función de “enamorarse” había sido forzosamente desactivada por su guardaespaldas. Estaba perfectamente protegida, a costa de habitar un castillo seguro, pero frío y solitario.

1.4 Conclusión: El “viejo soldado” que no podemos despedir

Ahora, tenemos una imagen más clara de este “guardaespaldas”.

Es increíblemente leal. Todas sus acciones, por muy destructivas que parezcan, tienen como motivación original protegernos del dolor. Es un centinela diligente, que nunca abandona su puesto.

Pero también es increíblemente torpe (o, digamos, primitivo). Su nivel de inteligencia se detuvo para siempre en el momento en que ocurrió el trauma. No aprende, no se adapta, no puede comprender la complejidad y los cambios del mundo. Solo juzga a amigos y enemigos de la manera más simple y binaria.

Lo más crucial es que vive en el pasado. No puede distinguir entre el maestro que te humilló en el pasado y el jefe que te aprecia hoy; son personas completamente diferentes. A sus ojos, si la situación tiene similitudes, el nivel de amenaza siempre es el máximo.

Al comprender estos tres puntos, entendemos un hecho fundamental: no podemos, ni debemos, intentar “eliminar” o “despedir” a este guardaespaldas. Porque es parte de nuestro instinto de supervivencia, es la encarnación de ese niño herido que llevamos dentro. Luchar contra él es luchar contra nosotros mismos.

Entonces, ¿dónde está la salida?

Dado que no podemos despedir a este leal pero rígido veterano, lo único que podemos hacer es, como su “compañero” más sabio y maduro de hoy, reentrenarlo, actualizar su guía de acción y hacerle entender que los peligros del pasado ya no existen.

Capítulo Dos: Enfrentando la Caótica Realidad – Mi Interior es un Caos Total

2.1 La necesidad de reconocer el dolor: Esto no es una historia sentimental

Al escuchar esto, quizás respires hondo. La historia del “guardaespaldas torpe” es como un rayo de luz cálida que ilumina esos rincones oscuros de tu interior, llenos de dudas sobre ti mismo. Te ofrece una perspectiva completamente nueva y compasiva para entender tus comportamientos “anormales”.

Pero, por favor, espera un momento.

Quizás otra voz dentro de ti, una voz más honesta y aguda, se esté riendo fríamente: “Vamos, no me vengas con estas tonterías de autoayuda que suenan tan bien. Lo que siento no es que tenga un guardaespaldas leal ejecutando un programa de protección ordenado. Lo que siento es que mi mundo interior es un desastre total, ¡un caos incontrolable!”

Esta metáfora, tan cruel, es a la vez tan precisa.

Sí, dejemos a un lado por un momento esa historia cálida y enfrentemos esta sensación real y caótica. ¿Qué tipo de ruinas son esas?

Es la escena de una violenta explosión ocurrida a las tres de la madrugada debido a una fuga de gas. Por todas partes hay restos carbonizados y fragmentos afilados. La lámpara del techo pende precariamente, los cables están en cortocircuito, lanzando chispas peligrosas en la oscuridad. Las tuberías han reventado, y el agua sucia inunda el suelo, mezclada con todo tipo de salsas rotas y sustancias pegajosas e irreconocibles. El aire está impregnado de un olor a quemado acre y nauseabundo.

Estás descalzo en medio de este desorden, sintiendo un frío que cala hasta los huesos, una oscuridad sin límites, una sensación de asfixia que te impide respirar. Aquí no hay lógica, no hay orden, solo un caos y un dolor puros y abrumadores. Tu cuerpo no te obedece, a veces salta por el más mínimo ruido (hipersensibilidad), a veces ignora el desorden en el suelo, sintiéndote como un caparazón sin alma (desconexión). Incluso, estos dos estados pueden alternarse frenéticamente, haciéndote sentir que al segundo siguiente vas a enloquecer por completo.

En esta situación, si alguien se parara a la entrada de las ruinas y te dijera sonriendo: “No temas, esto es solo tu mecanismo de defensa interno, una medida de protección torpe para evitar un daño mayor”, ¿no querrías lanzarle el único plato que no se ha roto?

Sí, primero debemos admitir que la experiencia del trauma, en su núcleo, a menudo no es ordenada, sino caótica; no es lógica, sino irracional; no es cálida, sino fría y punzante. La historia del “guardaespaldas”, si se usa incorrectamente, puede convertirse fácilmente en una “idealización” y “racionalización” del dolor, lo que nos hace ignorar la realidad insoportable de las ruinas mismas.

Debemos permitirnos, sin reservas, admitir primero: “Sí, mi mundo interior se ha convertido en ruinas. Todo es un desastre, es peligroso, y me causa mucho dolor. Siento que estoy roto, que estoy a punto de no poder más”.

Solo cuando nos quedamos plena y sin juzgar con esta sensación real de caos y dolor, podemos comenzar verdaderamente el siguiente paso. De lo contrario, cualquier intento de “curación” que omita este paso será simplemente extender una alfombra bonita sobre las ruinas, mientras que debajo la estructura seguirá tambaleándose y el peligro de otra explosión estará siempre latente.

2.2 El verdadero valor de la historia del “guardaespaldas”: Vela y guantes

Entonces, si la realidad es tan cruel, ¿por qué deberíamos introducir la historia del guardaespaldas, aparentemente “ingenua”?

Porque su valor no es, en absoluto, para encubrir la situación, y mucho menos para negar la dolorosa realidad de que te encuentras en “ruinas internas”.

Su función es más bien como cuando, en medio de esas ruinas donde no ves ni un palmo, te sientes abrumado por el miedo y la desesperación, y solo quieres acurrucarte en el suelo sin moverte, o incluso empiezas a hacerte daño con los escombros. Entonces, alguien, desde fuera, con cuidado, te entrega una vela y unos guantes gruesos.

La luz de la vela, aunque tenue, es suficiente para que veas los fragmentos a tus pies y no te cortes. Te permite, desde la oscuridad total dominada por lo desconocido, recuperar un poco de “control” y “sentido de la dirección”.

Los guantes, aunque no pueden hacer desaparecer las ruinas, te dan un poco de valor para extender la mano y tocar, para mover la primera piedra fría que te bloquea el camino.

La historia del “guardaespaldas” es esa vela y esos guantes. No es para decirte que la cocina no ha explotado, sino para ofrecerte la primera y más importante herramienta cuando estás de pie en las ruinas, devorado por una inmensa auto-aversión e impotencia: el permiso para dejar de auto-atacarte.

Te da la oportunidad de transformar esa voz autocrítica interna, de “¿Cómo puedo ser tan inútil, haberlo estropeado todo?”, a una observación ligeramente más neutral, con un toque de curiosidad: “Bueno, evidentemente ha habido una gran explosión aquí. Este sistema de alarma interno mío parece tener bastantes problemas. Veamos qué es lo que falla exactamente.”

Este pequeño cambio de perspectiva es el punto de partida de toda sanación. Te transforma de una víctima indefensa y autodestructiva en las ruinas, a un superviviente listo para empezar a investigar la escena y limpiar los escombros.

Por lo tanto, por favor, recuerda que reconocer el dolor de que mi interior es “un caos total” y comprender la historia del “guardaespaldas torpe” son compatibles. Lo primero es un respeto por tus sentimientos reales; lo segundo es la primera fuerza que se te ofrece para salir de la dificultad. Debemos encender la vela y ponernos los guantes antes de poder empezar la limpieza.

2.3 Cuidado con las “excusa sofisticadas”: Cuando el guardaespaldas se convierte en una nueva prisión

Sin embargo, como cualquier herramienta poderosa, el modelo del “guardaespaldas”, si se usa incorrectamente, también puede traer nuevos y más ocultos peligros.

Cuando nos sumergimos demasiado en esta historia, puede pasar de ser una herramienta que nos libera a convertirse en una prisión más sofisticada que nos encierra. Podría convertirse en una “excusa sofisticada”.

Imagina el siguiente escenario:

  • Un amigo te invita a probar un nuevo desafío, y tú, por costumbre, te echas atrás. Ya no te dices “tengo miedo, no me atrevo”, sino que usas un tono que suena más profundo y menos reprochable: “Mi mecanismo de protección interno se activó, mi ‘guardaespaldas’ cree que es demasiado peligroso, y necesito respetar sus sentimientos”.
  • En una relación íntima, alejas a tu pareja por miedo. Ya no reflexionas sobre tu comportamiento, sino que le dices: “No puedo abrirme a ti porque el trauma de mi infancia hizo que mi ‘guardián’ interno cerrara mi capacidad de amar; me está protegiendo”.

¿Ves el problema?

Esta historia cálida, al mismo tiempo que ofrece comprensión y autocompasión, también puede, sin querer, proporcionar una excusa perfecta para evadir la responsabilidad personal y el crecimiento. Transformamos los desafíos del crecimiento en una “reacción traumática” que necesita ser “respetada”. Incluso podríamos empezar a sentir una identificación patológica con nuestro “trauma” y nuestro “guardaespaldas”, como si tener un “guardaespaldas” que necesita ser cuidado con esmero fuera algo muy especial y genial.

Esto es lo que se conoce como la “romanticización del trauma”. Nos obsesionamos demasiado con la trágica historia del “guardián leal”, hasta el punto de olvidar que el comportamiento de este guardián está, de hecho, arruinando nuestra vida actual. Nos sumergimos en analizar y comprender su trágico pasado, pero perdemos la urgencia y la motivación para enfrentar las ruinas y decidirnos a reconstruir.

¿Cómo distinguimos cuándo estamos “reconciliándonos” con el guardaespaldas y cuándo nos estamos “rindiendo” a él?

Un criterio simple es: ¿Esta perspectiva te hace más libre o más limitado?

Si “ver al guardaespaldas” te da el coraje para dejar de auto-atacarte y te atreves a probar nuevos comportamientos, entonces es una buena herramienta. Pero si “ver al guardaespaldas” te permite permanecer en tu lugar con la conciencia tranquila, encontrando una excusa perfecta para tu evasión y retirada, entonces, la historia en sí misma se convierte en tu nueva prisión.

Por lo tanto, en el camino de la reconciliación que nos espera, debemos mantener siempre esta vigilancia. Dialogamos con el guardaespaldas para, finalmente, poder actualizar su sistema y adaptarlo a una nueva vida, no para darle una licencia para seguir arruinando nuestra vida con sus viejos métodos. Nuestro objetivo es convertirnos en personas más libres e integradas, no en “expertos en trauma” que entienden mejor por qué no son libres.

Bien, ahora que hemos admitido el desorden en la cocina, entendido la torpe buena intención del guardaespaldas y advertido los posibles errores. La pregunta más importante es: ¿y ahora qué? ¿Cómo debemos actuar?

No podemos despedir bruscamente a este guardaespaldas leal (porque es parte de tu subconsciente, no puedes despedirte a ti mismo), ni tampoco podemos dejar que siga “protegiéndonos” con sus métodos anticuados y desastrosos.

Lo que necesitamos hacer es una “renegociación” larga y paciente. Debemos sentarnos como un CEO sabio con este empleado veterano, condecorado pero rígido en sus ideas, y llevar a cabo una actualización exhaustiva y humanizada de su manual de trabajo.

Este camino no tiene atajos, pero podemos empezar con algunos pasos muy concretos, incluso un poco como si estuviéramos “jugando”. En este capítulo, haremos el trabajo de preparación más importante: iniciar el diálogo.

3.1 Primer paso: Conviértete en un “observador interno”

Este es el primer paso de todo cambio, y también el más contraintuitivo. Cuando tu “guardaespaldas” salta de nuevo, “secuestrándote” con ansiedad, procrastinación, ira o adormecimiento, nuestra reacción habitual es luchar (“¡No puedo pensar más!”), reprimir (“¡Por qué me asusta algo tan pequeño!”), o simplemente identificarse y dejarse arrastrar por él (“Bueno, soy un inútil”).

Pero ahora, lo que vamos a practicar es convertirnos en un “observador interno” tranquilo.

Imagina que eres un fotógrafo de documentales de vida salvaje. Tu tarea no es intervenir cuando el león ruge, sino simplemente registrar todo sobre él de forma clara y objetiva: sus hábitos, su rugido, el momento y el lugar donde aparece.

Profundización de la técnica: Tu diario de observación de “apariciones del guardaespaldas”

Te sugiero encarecidamente que prepares un cuaderno especial, o crees una carpeta en las notas de tu teléfono, llamada “Diario de observación del guardaespaldas”. Cada vez que te des cuenta de que estás “atascado” de nuevo, intenta registrarlo. No necesitas escribir mucho, la clave es capturar la información esencial:

  • Momento/situación de aparición: “Lunes por la tarde, al prepararme para empezar el informe semanal del proyecto.” “Sábado por la noche, al recibir una invitación a una fiesta de amigos.”
  • Pensamientos automáticos (los gritos del guardaespaldas): “Este informe seguro que me sale mal y el jefe me regañará.” “Ir a la fiesta será muy incómodo, nadie me hará caso.” “Estoy demasiado cansado, necesito descansar.”
  • Sensaciones corporales (las armas del guardaespaldas): “Opresión en el pecho, como si tuviera una piedra encima.” “Un dolor punzante en el estómago.” “Tensión en la garganta, siento que no puedo hablar.” “Entumecimiento en todo el cuerpo, me siento vacío.”
  • Tu comportamiento: “Empecé a ver vídeos cortos sin parar.” “Respondí inmediatamente al amigo diciendo ‘estoy ocupado’.” “Me tumbé en el sofá a mirar al vacío.”

Si lo haces durante una semana, quizás te sorprenda descubrir que tu “guardaespaldas” es en realidad bastante metódico. Sus momentos de aparición, mecanismos de activación y métodos de ataque no son caóticos. Este diario es el primer “perfil de usuario” preciso que le has dibujado.

Introducción al ejercicio de escaneo corporal: Escucha, tu cuerpo está hablando

Nuestro guardaespaldas, muchas veces, no se comunica a través del “lenguaje”, sino a través del “cuerpo”. Esos inexplicables ataques de pánico, opresión en el pecho, dolor de estómago, fatiga, son todas las alarmas que está haciendo sonar. A menudo ignoramos estas señales o las consideramos problemas puramente fisiológicos.

Ahora, intenta dedicar cinco minutos al día a un simple escaneo corporal. Busca un lugar tranquilo para sentarte o acostarte, cierra los ojos y, como un suave foco de luz, recorre lentamente tu cuerpo de la cabeza a los pies.

  • ¿Tu frente está relajada o tensa?
  • ¿Tu mandíbula está apretada o suelta?
  • ¿Tus hombros están encogidos o caídos naturalmente?
  • ¿Tu respiración es rápida o profunda?
  • ¿Tu pecho está expandido o oprimido?
  • ¿Tu abdomen está suave o rígido?

No necesitas hacer nada, solo “sentir”. Cuando sientas alguna molestia o tensión en alguna parte, intenta llevar tu respiración suavemente a ese lugar. Imagina que tu respiración es como un flujo de agua cálida que envuelve suavemente esa parte tensa.

El propósito de este ejercicio es restablecer la conexión entre tú y tu cuerpo. La próxima vez que el guardaespaldas emita una señal a través del cuerpo, podrás darte cuenta más rápidamente: “Oh, mi estómago vuelve a estar incómodo, parece que mi guardaespaldas está preocupado por algo”.

La trilogía “Nombrar-Agradecer-Tomar el control”

Una vez que puedas observar tus pensamientos y sensaciones corporales, podemos empezar a practicar el diálogo central.

  1. Nómbralo (Ver): “Oh, ese pensamiento de ‘seguro que lo estropeo’ ha vuelto.” “Mmm, mi viejo amigo, el ‘miedo social’, me ha vuelto a visitar.” “Siento que esa urgencia de huir se está extendiendo por mi cuerpo.” Simplemente nombrarlo puede crear una pequeña distancia entre tú y esa emoción. Ya no eres “la ansiedad misma”, sino “una persona que está observando la ansiedad”.

  2. Agradécele (Empatía): Este paso puede sonar extraño, pero tiene un poder inmenso. En tu mente, dile a este “guardaespaldas” que está actuando: “Oye, amigo, te veo. Gracias por saltar e intentar protegerme del daño (posiblemente) de ser juzgado/rechazado/fracasado. Realmente eres muy diligente. He recibido tu advertencia.” Este paso es para expresar empatía. Reconoces la legitimidad de su existencia y su buena intención, lo que lo tranquilizará enormemente.

  3. Calmar y tomar el control (Guiar): Finalmente, con un tono suave pero firme, dile: “Sin embargo, la situación ahora es diferente. Ya he crecido, aquí estoy a salvo. Esta vez, quiero intentar manejarlo a mi manera. Puedes ir a tomar un té y descansar un rato. Déjamelo a mí.” Este paso es tú, como “comandante”, reclamando el control. No lo estás ahuyentando, sino guiándolo.

Este proceso puede durar solo treinta segundos. Su único propósito es interrumpir esa cadena automática de “estímulo-respuesta automática”. A través de “ver” y “agradecer”, transformas tu relación con el guardaespaldas de una “guerra civil” a vida o muerte en una “reunión interna” negociable.

3.2 Segundo paso: Conviértete en un “artista del fracaso”

Tu guardaespaldas, toda su vida, se ha dedicado a evitar que “fracases” y “cometas errores”. Su lema es: “No busques el éxito, solo evita el error”. Esta búsqueda extrema de la perfección suele ser la raíz de nuestra procrastinación, miedo y falta de iniciativa.

Entonces, vamos a jugar a un juego “al revés”: activamente, y de forma planificada, vamos a “estropear algo una vez”.

Profundización del concepto: El perfeccionismo es la armadura favorita del guardaespaldas.

El perfeccionismo suena como un cumplido, pero a menudo es el disfraz más elaborado del “miedo”. La razón por la que nos exigimos “tener que hacerlo lo mejor posible” es precisamente porque, en lo más profundo de nuestro ser, tememos enormemente a ese “no ser suficiente” que llevamos dentro. Este “no ser suficiente”, en algún momento del pasado, nos hizo experimentar una gran vergüenza y dolor.

Por lo tanto, tu guardaespaldas, para alejarte del peligro de “no ser suficiente”, te ha puesto una pesada armadura llamada “perfeccionismo”. Esta armadura te hace caminar con dificultad, incluso te impide avanzar, pero el guardaespaldas te dirá: “No te preocupes, esto es seguro”.

El ejercicio de “permitirse estropearlo” consiste en quitarnos activamente y conscientemente esa armadura, aunque solo sea por diez minutos. Dejar que nuestra piel vuelva a sentir el aire, aunque este sea un poco frío.

Ofrecer más ideas para “juegos de estropearlo”

El núcleo de este ejercicio es cambiar tu objetivo de “hacerlo lo mejor posible” a “hacerlo lo peor posible” o “hacerlo sin importar el resultado”.

  • ¿Quieres escribir ese informe, pero temes que no sea lo suficientemente bueno? Bien, ahora tu tarea es: “Durante los próximos 25 minutos, voy a esforzarme por escribir el borrador de informe más basura y sin sentido de todo el universo. Voy a usar palabras incorrectas a propósito, voy a hacer que la lógica sea confusa a propósito, quiero que sea tan malo que incluso yo me ría.”

  • ¿Quieres conocer gente nueva, pero temes que la conversación se quede en silencio al abrir la boca? Bien, ahora tu tarea es: “En la fiesta de esta noche, voy a hacer un ‘desafío de conversación incómoda’. Voy a acercarme proactivamente a tres personas y hacerles la pregunta más aburrida y vergonzosa de toda la fiesta, como ‘¿Qué te parece el color de este techo?’. Mi objetivo es experimentar la sensación de un silencio incómodo.”

  • ¿Quieres aprender un nuevo instrumento, pero temes tocar mal y que se rían de ti? Bien, tu tarea es: “Durante los próximos 15 minutos, voy a tocar ‘Estrellita, ¿dónde estás?’ de la manera más desafinada posible. Mi objetivo no es la afinación, sino sentir la torpeza y la incertidumbre de mis dedos al presionar las teclas.”

  • ¿Quieres ir al gimnasio, pero temes que te vean si tus movimientos no son perfectos? Bien, tu tarea es: “Hoy voy al gimnasio y solo haré un ejercicio: con el peso más ligero, haré un movimiento que incluso a mí me parezca ridículo y poco estándar. Y luego me iré a casa.”

¿Has descubierto el secreto de este juego? Cuando estableces “estropear” como tu objetivo, tu guardaespaldas se queda completamente perplejo. Su sistema de alarma se desactiva instantáneamente, porque el combustible del que depende, el “miedo al fracaso”, le ha sido agotado.

Y lo mágico es que, una vez que empiezas a escribir, a hablar, a actuar, aunque sea con el propósito de “estropearlo”, esa “capacidad de acción” y “creatividad” que se había cortado, a menudo se restablece discretamente de una manera lúdica durante el proceso.

Guía para el diario de reflexión después del ejercicio

Después de realizar el “ejercicio de estropearlo”, asegúrate de dedicar unos minutos a responder algunas preguntas en tu “Diario de observación del guardaespaldas”:

  1. Durante el proceso de “estropearlo”, ¿realmente sucedió lo que más temía (por ejemplo, ser ridiculizado, criticado)?
  2. ¿Qué sucedió en realidad?
  3. ¿Qué cambios sentí en mi cuerpo? ¿Me sentí más tenso o, por el contrario, más relajado?
  4. ¿Qué información nueva me dio esta experiencia de “estropearlo” sobre el “fracaso”?

Con tus acciones, le demuestras a tu guardaespaldas: “Si lo estropeo, el cielo no se caerá. Y además, es bastante divertido”. Esto es más poderoso que cualquier sermón.

Capítulo Cuatro: El largo camino hacia la reconciliación (Parte II) – Actualizando el viejo sistema del guardaespaldas

Si consideramos los ejercicios del Capítulo Tres como “establecer relaciones diplomáticas” y realizar “ejercicios militares preliminares” con el guardaespaldas, entonces en el Capítulo Cuatro entraremos en la fase más central: una actualización exhaustiva del antiguo y problemático sistema de mando del guardaespaldas.

Esto requiere más paciencia y esfuerzo continuo, pero también es donde ocurre el verdadero cambio.

4.1 Tercer paso: Conviértete en un “recolector de pruebas”

La razón por la que tu guardaespaldas reacciona de forma exagerada es que su base de datos principal es demasiado antigua. Contiene archivos obsoletos de hace décadas sobre “el mundo es peligroso” y “no soy lo suficientemente bueno”. Cada día, el guardaespaldas lee repetidamente estos archivos y luego toma decisiones erróneas y desastrosas sobre la realidad actual y completamente nueva.

Nuestra tarea es convertirnos en un diligente “recolector de pruebas”, como un abogado incansable, para introducir en su base de datos “pruebas en contra” nuevas, que reflejen la situación real y sean contundentes.

Actualización de la metodología: “Registro de actualización de la base de datos del guardaespaldas”

Este ejercicio requiere que, como un detective, busques y registres conscientemente en tu vida diaria las pruebas que “no concuerdan con los archivos antiguos”. Te sugiero que actualices tu “Diario de observación del guardaespaldas” a un “Registro de actualización de la base de datos del guardaespaldas”, que incluya las siguientes columnas:

  • Creencia antigua (programa central del guardaespaldas): Primero, escribe claramente el programa central que te molesta y que el guardaespaldas está ejecutando. Por ejemplo: “Debo ser perfecto, de lo contrario seré abandonado.” “No puedo confiar en nadie, porque al final todos me harán daño.” “Soy intrínsecamente inferior a los demás, no merezco cosas buenas.”

  • Búsqueda de pruebas en contra (nuevos datos de hoy): Con esta “creencia antigua” como filtro, examina tu día. Busca deliberadamente, aunque sean las más mínimas, pruebas que contradigan esta creencia.

    • Caso de prueba en contra 1: La creencia antigua es “debo ser perfecto”. Hoy, tu presentación de PowerPoint tenía un error tipográfico, pero el jefe te felicitó por tu claridad de ideas sin mencionarlo en absoluto. Nuevo dato: “No ser perfecto también puede ser reconocido.”
    • Caso de prueba en contra 2: La creencia antigua es “no se puede confiar en la gente”. Hoy te sentías muy mal y te quejaste un poco con un colega; él no solo te escuchó atentamente, sino que también te compró un café. Nuevo dato: “Mostrar vulnerabilidad a los demás también puede recibir una respuesta cálida.”
    • Caso de prueba en contra 3: La creencia antigua es “no soy digno”. Hoy participaste en un sorteo al azar y ganaste un pequeño premio. Nuevo dato: “A veces, la buena suerte me llega sin razón.”
  • Establecer una nueva creencia (escribir un nuevo programa): Basándote en estos nuevos datos, intenta escribir una creencia completamente nueva, más acorde con la realidad y más constructiva. Por ejemplo: “Puedo esforzarme por la excelencia, pero también me permito cometer errores.” “Puedo elegir cuidadosamente en quién confiar, pero todavía hay personas dignas de confianza y amables en el mundo.” “Mi valor lo decido yo mismo, independientemente de lo que obtenga o no obtenga.”

Escribe solemnemente estas nuevas pruebas y nuevas creencias. Cada vez que te sientas atrapado por el viejo patrón, abre este cuaderno y léetelo en voz alta.

Introducción al concepto de “neuroplasticidad”: Tu cerebro está siendo remodelado.

Esto no es solo “pensamiento positivo” o “espíritu optimista”. Un gran descubrimiento de la neurociencia moderna, llamado “neuroplasticidad”, nos dice que nuestro cerebro no es inmutable, sino que puede ser remodelado continuamente por la experiencia y el aprendizaje.

Cada vez que conscientemente “buscas pruebas en contra”, cada vez que escribes una “nueva creencia”, cada vez que experimentas un resultado diferente al pasado en tus acciones, no estás haciendo un trabajo inútil. Estás abriendo un “nuevo camino” para esa “vieja ruta” ya acostumbrada en tu cerebro que representa la “vieja creencia”.

Al principio, tus hábitos de pensamiento (es decir, el flujo de tráfico) seguirán yendo involuntariamente por esa vieja autopista. Pero si persistes en guiar parte del tráfico hacia el nuevo camino, este se hará más ancho y el paisaje a su lado mejorará. Con el tiempo, este nuevo “camino rural” se convertirá lentamente en una nueva autopista, más amplia y que te llevará a paisajes más hermosos. Y ese viejo camino que conduce al dolor, debido a la falta de uso, se irá deteriorando y llenándose de maleza.

Así que, por favor, cree en el poder de cada pequeño esfuerzo que haces. No estás jugando a un juego psicológico, estás realizando una “cirugía cerebral” rigurosa y científica.

4.2 Cuarto paso: Celebra una “ceremonia de graduación” para tu guardaespaldas

Una vez que, a través de los ejercicios anteriores, hemos establecido comunicación con el guardaespaldas, calmado sus miedos y actualizado su base de datos, podemos pasar a una etapa más hermosa: la integración y la transformación.

Nuestro objetivo no es que el guardaespaldas “desaparezca”, sino ayudar a este leal pero anticuado veterano a “retirarse con honores” y encontrarle un nuevo puesto más constructivo. Podemos celebrar una “ceremonia de graduación” llena de respeto para él.

Profundización del concepto: Transformación de la energía en lugar de eliminación

La psicología sugiere que cada parte de nuestro ser interior porta una forma de energía. El guardaespaldas que te provoca “fobia social” lleva consigo la energía de una “alta vigilancia ante el peligro” y una “preocupación extrema por la propia imagen”. El guardaespaldas que te hace “procrastinar” lleva consigo la energía de la “evitación del fracaso” y la “búsqueda de la perfección”.

Estas energías, en sí mismas, no son ni buenas ni malas. Si se usan incorrectamente, se convierten en “síntomas” destructivos; si se usan correctamente, pueden transformarse en nuestros valiosos “talentos”.

  • Ese guardaespaldas encargado de causarte “fobia social”, después de graduarse, puede transformarse en tu “Asesor Principal de Intuición”. Su energía altamente vigilante puede convertirse en una aguda perspicacia, permitiéndote percibir rápidamente el entorno y las verdaderas emociones de los demás, ayudándote a identificar qué personas realmente valen la pena para una relación profunda.
  • Ese guardaespaldas encargado de hacerte “procrastinar”, después de graduarse, puede transformarse en tu “Evaluador de Riesgos de Proyectos”. Su energía perfeccionista puede convertirse en una actitud de trabajo rigurosa y orientada a los detalles, ayudándote a prever los posibles riesgos en un proyecto y a planificar de manera más completa.
  • Ese guardaespaldas encargado de adormecerte emocionalmente, después de graduarse, puede transformarse en tu “Especialista en Establecimiento de Límites Personales”. Su capacidad para cerrar el corazón puede convertirse en una fuerza saludable para protegerte de la invasión, permitiéndote saber cómo rechazar de manera clara y amable en las relaciones interpersonales, protegiendo tu campo de energía.

Ofrecer ejercicios concretos de “ritual de transformación”

Puedes realizar esta “ceremonia de graduación” interna a través de la escritura o la meditación.

Busca un momento en el que no te molesten, cierra los ojos e imagina que tienes una mesa redonda en tu interior. Tú, como presidente de la reunión, estás sentado en el asiento principal. Invitas al “guardaespaldas” con el que más deseas reconciliarte a sentarse frente a ti.

  1. Agradecimiento sincero: Primero, agradécele de corazón sus años de servicio. “Sé que el día que asumiste tu puesto, yo estaba pasando por un gran dolor. Gracias por dar un paso al frente y protegerme de la única manera que sabías en ese momento. Has trabajado duro todos estos años.”
  2. Anuncia el fin de la vieja era: Dile con suavidad pero con firmeza: “Pero esa era ha terminado. He crecido, tengo nuevos recursos y fuerzas para enfrentar este mundo. Tu viejo método de combate, aunque bienintencionado, ya no es aplicable a la situación actual.”
  3. Concede un nuevo puesto y honores: “Por lo tanto, he decidido anunciarte oficialmente tu honorable retiro del ‘puesto de combate de primera línea’. Para reconocer tu lealtad y capacidad, te nombro oficialmente mi ‘Asesor Principal de Intuición’ (u otro puesto que consideres adecuado). Tu nueva tarea ya no es hacer sonar la alarma, sino usar tu aguda percepción para, cuando sea necesario, proporcionarme consejos tranquilos y constructivos. Confío en que podrás desempeñar este puesto más importante.”
  4. Imagina la fusión: Finalmente, imagina la imagen de este “guardaespaldas” relajándose lentamente de un soldado tenso y hostil a un consejero sabio y sereno. Te sonríe, asiente, y luego se fusiona lentamente con tu cuerpo, convirtiéndose en parte de tu sabiduría interna.

Este ritual, aunque parezca un poco “místico”, es una poderosa sugestión psicológica. Estás completando una profunda integración interna de una manera que tu subconsciente puede entender, llena de simbolismo.

4.3 Reflexión filosófica sobre “Gongfu” y “Iluminación”

Llegados a este punto, parece que ya tenemos un “manual de operaciones” bastante completo, desde la observación hasta la acción y la integración. Pero si crees que, siguiendo estrictamente este manual paso a paso, podrás “alcanzar la perfección”, es posible que caigas en una nueva trampa.

En la tradición de la sabiduría oriental, existen dos conceptos complementarios: “gongfu” y “iluminación”.

Todos los ejercicios que hemos discutido anteriormente —el diario de observación, el arte del fracaso, la recopilación de pruebas, el ritual de transformación— son una forma de practicar “gongfu”. Es un pulido día tras día, es limpiar con cuidado los escombros y restaurar los servicios básicos en ese “caos interno”. Este trabajo es arduo, a veces incluso tedioso, y requiere disciplina y paciencia. Por sí mismo, no puede “producir” directamente la sanación.

Mientras que los momentos de sanación verdaderos, aquellos que te abren la mente, se asemejan más a la “iluminación”. Llegan como una lluvia de primavera inesperada, un sueño que te ilumina, o simplemente, en un instante fortuito, una brisa suave en el momento justo, una amabilidad de un desconocido. Llegan sin ser invitados, sin lógica y sin poder ser planificados.

El “gongfu” no garantiza la llegada de la “iluminación”, pero nos prepara para recibirla.

Sin el “gongfu” diario de limpiar las ruinas, nuestro interior sería un terreno endurecido y lleno de espinas. Cuando esa lluvia de “iluminación” de primavera llegara, el agua simplemente se escurriría, o incluso causaría un lodazal. Pero precisamente gracias a esos esfuerzos aparentemente torpes, cuando llega la lluvia de primavera, las semillas pueden germinar al instante y la vida puede florecer milagrosamente.

Lisa, la chica que cerró su corazón por una traición, quizás porque a través de innumerables actos de “gongfu” practicó ver su miedo, y practicó conectarse con amigos en pequeñas y seguras dosis, por eso, cuando un día apareció alguien lo suficientemente sincero y paciente, ella pudo, en ese momento de “iluminación”, abrir valientemente una pequeña rendija en la puerta de su castillo.

Por lo tanto, no te desanimes si has practicado por un tiempo y no has visto que ocurra un “milagro”. Cada “gongfu” que haces no es en vano. Simplemente estás preparando esa tierra en tu interior, en un trabajo silencioso y desconocido de ablandar, fertilizar y regar.

Por favor, cree que solo necesitas hacer tu “gongfu”, y luego, espera a que florezca.

Capítulo Final: El fin de la sanación no es la perfección, sino la sabiduría de “bailar con las grietas”

Llegados a este punto, nuestra larga exploración interna está a punto de concluir. Parece que ya tenemos un “manual de adiestramiento de guardaespaldas” bastante completo. Pero permíteme, al final, romper otra posible y hermosa ilusión.

Reconciliarse con ese “guardaespaldas torpe” que llevamos dentro, ese largo camino hacia la reconciliación, no tiene como objetivo entrenarlo para que sea un mayordomo inteligente, perfectamente obediente e impecable. Y mucho menos, reparar completamente esas “ruinas internas” para convertirlas en un restaurante Michelin de tres estrellas, impoluto y reluciente.

Si esperas un final “para siempre” de curación completa, sin más problemas, es posible que te vuelvas a decepcionar.

El final de la sanación es, quizás, un estado más sabio y arraigado en la vida. Me gusta llamarlo: “bailar con las grietas”.

Esto significa que tu guardaespaldas probablemente nunca será “despedido”. Simplemente pasará de ser un soldado de primera línea, tenso y siempre listo para hacer sonar la alarma, a ser un veterano jubilado que ocasionalmente te murmura algo al oído. La mayor parte del tiempo, ha aprendido a echar una siesta tranquilamente, sin alarmarse por todo. Pero de vez en cuando, en ciertas situaciones, se levantará por costumbre, se aclarará la garganta y te recordará que “tengas cuidado”.

Y tú, también has aprendido a no discutir con él. Le darás una palmada en el hombro, sonreirás y dirás: “Lo sé, viejo amigo, gracias por el aviso”. Y luego, seguirás haciendo lo que tienes que hacer.

Ese “caos interno” quizás nunca recupere completamente su estado original. Puede que las paredes siempre conserven algunas marcas de humo, y en algún rincón del suelo siempre haya una grieta irreparable. Pero ya no te avergüenzas de ello. Has aprendido a convivir en paz con esas ruinas, aunque de vez en cuando goteen o se vaya la luz. Incluso sientes que esas marcas son parte de la historia de tu vida, son las medallas de tu supervivencia a aquella explosión, y son bastante geniales.

En Japón existe una antigua técnica de reparación llamada “Kintsugi”. Cuando una valiosa pieza de cerámica se rompe, los artesanos no intentan ocultar las grietas, sino que las reparan y unen cuidadosamente con una laca mezclada con polvo de oro. Al final, esas líneas doradas se entrelazan por el objeto, convirtiéndose en su parte más única y brillante. El objeto renace gracias a su rotura, y es más hermoso gracias a sus grietas.

Esto, quizás, es la imagen más auténtica de la sanación.

No se trata de eliminar las huellas de las heridas, sino de integrar de nuevo esas partes rotas de nosotros mismos con el “polvo de oro” más preciado: la “observación”, la “aceptación” y la “compasión”. Ya no intentamos esconder nuestras grietas, sino que permitimos que brillen con una luz única bajo el sol.

El verdadero signo de la sanación no es que ya no tengas emociones negativas, ni que tu guardaespaldas deje de hacer sonar la alarma. Es que cuando vuelvan a aparecer, ya no necesites entrar inmediatamente en estado de combate, ya no necesites analizarlas, confrontarlas o juzgarlas. Simplemente puedes, en tu interior, hacerles un pequeño espacio, permitiéndoles quedarse un momento, como permites que una nube pase por tu cielo. Y luego, sigues tu camino, sigues amando a las personas que amas, y sigues viviendo tu vida, quizás torpe, pero increíblemente real.

Ya no necesitas explicar a nadie tus complejas batallas internas, porque has aceptado plenamente a esa parte de ti que siempre quiere protegerte, pero que siempre lo estropea; esa parte que es a la vez cobarde y valiente, rota y completa, única.

En ese momento, eres libre.